MI PLATO FAVORITO.
Por favor que dejen de empujarme, si me empujan seguiré empujando
a los de adelante. Y sé que ellos también se quejan, pero de verdad que no les
quiero empujar. Apiñados en un espacio tan pequeño, no diferencio de donde viene el nauseabundo
olor, si de mí o del de adelante o del que está entre mi y el muro de barrotes…
Los golpes duelen y aun que crea que el siguiente dolerá
menos, que ya mas fuerte no puede ser, si puede ser o mi piel no tiene memoria
alguna. Cada instante tiene vida propia, y no sé si llevo aquí un día unas
horas o un segundo. Y hasta aquí puedo pensar. ¿Alguna vez he podido pensar? ¿Me
han drogado y por eso se me cae la baba? ¿Que habrá sido, Aloperidol,
tranquimazin, lexatin, orfidal, reinol…?
Estamos siendo guiados, ¡eso es! quieren que vayamos al
final del pasillo, cueste lo q cueste, por ahora van tres los que se han quedado por el camino. Nos están
echando de aquí, alguien no quiere vernos el pelo o la piel o lo que sea. ¿O tal
vez alguien nos está esperando?
Nos movemos en un gran camión y grito. Me asomo por los
barrotes y grito. Muerdo los barrotes. Nuevo lugar y mismo procedimiento, palos,
gritos, palos y gritos…Aun que esta vez es más luminoso no hay ni una sola
ventana. No quieren que nadie vea el bonito trabajo que aquí se desempeña. Sigo
sin saber de dónde viene el olor nauseabundo, pero sé que esta vez es olor a
sangre. Hay mangueras que limpian la sangre de las baldosas del suelo y de las
paredes y es imposible que todo esto quede limpio pero será que así sienten
menos vergüenza los verdugos o que se convencen de que realmente están
limpiando las pruebas de algún crimen. Rechinan las botas de plástico vienen a
por mí, es mi turno ¿cuál será mi gancho?
¿Sería más feliz si pudiese elegir mi gancho? ¿Cómo habría aprovechado mi vida sabiendo
que acabaría así mis días? ¿Acaso no sabía que terminarían? Solo quiero
explotar o dormirme, tengo sueño y todo se está volviendo muy oscuro…
Cuando llego la ambulancia a la calle, la curiosidad
vecinal se asomaba por las ventanas de
las casas de los alrededores. En un barrio
tan tranquilo una ambulancia era el acontecimiento del mes.
Pedro, un chico de 17 años yacía en el suelo del comedor de un gran chalé en el que vivía con su madre,
su padre y su hermana. Por el cuello caían restos de lo que parecía espuma post- ataque epiléptico y conservaba pequeños
espasmos en la pierna izquierda, como si fuesen las replicas de un gran
terremoto que había empezado en su
cabeza. Se dirigía a cenar cuando se quedo paralizado frente a su plato y
empezó el ataque.
La imagen había
desencajado la psique de la madre que a la mañana siguiente antes de
despertarse del todo, por unos instantes creyó que lo vivido el día anterior
fue una horrible pesadilla y que su hijo
no había salido de su casa en una camilla alta de ambulancia con una mascarilla
y un sanitario bombeando de forma manual el oxigeno. El murmullo del hospital
le recordaba que si había sido real y que no estaba despertándose en su cómoda
cama de 190x150, que no vendría rufus, el bonito pastor alemán a despertarla a
ella y a su marido. Los médicos dijeron
que Pedro estaba listo para irse a casa y que después de pasar la noche entre tags y pruebas no habían llegado a ninguna
conclusión. No era epilepsia. Que ya le darían cita con el psicólogo.
¿Pero entonces, que le había sucedido a nuestro amigo
Pedro? Un chico sano, deportista, con
una novia guapísima y con idea de estudiar derecho en la complutense. Su único
pecado era alguna copa un par de fines
de semana al mes y nunca había sufrido
ningún tipo de ataque, ni si quiera se había desmayado. ¿Algo le había
asustado?
-Cariño la cena esta lista. Te he preparado hamburguesas.
-¡Toma yaa! ahora bajo!
xCLIMAx
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